sábado, 30 de julio de 2016

Desinteligencia colectiva

Hay balas que se disparan con las teclas. No matan físicamente, pero dejan regueros de inteligencia desparramada por el suelo, coágulos de lo que algún día podrían haber sido una mente maravillosa. Gatillos a diez dedos, que, como ráfagas de imbecilidad, dejan víctimas sin distinguir entre hombres, mujeres, niños o ancianos desde los monitores de medio mundo. Bienvenidos a la era de la estupidez.


Pienso en las plataformas de autoedición de libros. ¡Qué buena idea, no? ¡Una plataforma donde tú mismo te puedes publicar lo que quieras, sin pasar por el trámite de que un editor lea tu borrador y pueda rechazártelo! Además... qué osadía, rechazar MI borrador, escrito desde el corazón, tal y como me salían las palabras. ¡Merece estar en todas las librerías!

Pero es que olvidas una cosa: y es que la labor del editor, un profesional de la publicación, está precisamente para filtrar la mierda que nunca debería llegar a las librerías. Has creído que porque puedes, estás obligado a dar a conocer tu libro a todo el mundo. Y has construido tu talento sobre humo. Humo digital.

Es igual que en Facebook y Twitter. Uno puede publicar cualquier cosa, incluso citar a cualquier persona, famosa o anónima, para hacerle llegar su valiosísimo comentario, crítica, adulación o, directamente, mierda. "Tuiteo porque puedo. Mi muro es mío y publico lo que me da la gana". Es el peligro de confundir libertad de expresión con libertinaje expresal, un concepto acuñado por el filósofo y poeta urbano Frank T. Pensamos que nuestra opinión es valiosa solo por el mero hecho de poder expresarla. Y así no. Si no filtramos nuestras opiniones por el sentido común, por un mínimo de criterio, es como si escupiéramos al monitor.

Efectivamente, internet se ha convertido en una herramienta para difundir imbecilidad. Nos basta que algo esté en Google (si es que nos molestamos en buscar) para darlo por hecho. "Te dije que se encontró un alienígena en Siberia. Mira, aquí lo busco en Google. ¿Ves? Aquí está: un alienígena en siberia. Mira las fotos. ¿Te convences ahora?" Y si alguien se tomase la molestia de tratar de verificar un hecho, posiblemente acabaría en un callejón sin salida, donde el origen de esa fuente se repite en un bucle de copy-paste mortal que aparece en varios sitios simultáneamente. ¿Quién fue primero, la mentira o el memo?


Decía Tommy Lee Jones en "Men in Black": "El individuo es listo, pero la masa es idiota, [...]". Era una de mis frases-bandera, que plantaba en todas las conversaiones y que me hacía confiar en el criterio de las personas. Pero claro, esa película es de 1997, y después de todo este tiempo ya ni siquiera creo que el individuo sea listo. El individuo ya no tiene criterio, ni la mínima curiosidad por corroborar un dato que ha leído y que está a punto de compartir en su muro. Para el individuo-masa, la verdad o el rigor ya no tienen valor. Es más valioso el trofeo de "cuantos más likes mejor" o darse a su público, sus amigos que jalean como monos con platillos a los que les han dado cuerda.

Sabemos leer, aunque solo nos quedamos con la primera frase (no vaya a ser que tanta letra negra nos empañe los ojos), y no analizamos, no entendemos lo que leemos. Nos basta que esté en internet, o que lo haya compartido un amigo para creerlo. Y más, si viene acompañado de una foto bonita, una cita célebre asociada, o un origen místico, imposible de comprobar. Todo conduce al ego de otra persona, a la que regalamos nuestra energía, y apuntalamos sus sueños con nuestra estupidez mientras está vendiendo libros en su sillón, probablemente sin ni siquiera pasar por una plataforma de autoedición, porque no lo necesita. Nosotros, nuestros likes, nuestros shares, nuestros suscribes, somos esos editores que validamos su borrador como monos con platillos. Es el nuevo humo digital, la imbecilidad del siglo XXI.

lunes, 4 de julio de 2016

441 muertos en un ataque terrorista en la universidad de Kenia

Personas que os tragáis todo lo que os dicen, esta entrada no os va a interesar. El título de la misma hace referencia al ataque terrorista que hubo en la universidad de Kenia el pasado año. Tal vez os suene que fueron 147 fallecidos. ¿Por qué pongo que son 441, entonces?

441 es el resultado de multiplicar 147 x 3. Tres son las veces que he visto enlazada esta noticia en los muros de muchos contactos después de que haya habido un atentado en algún país "del primer mundo", "occidental" o como quieran llamarlo.


El proceso fue el mismo: sucede un atentado en París, Bruselas u Orlando, y siempre hay quien rescata la fatídica noticia de Kenia como si fuera de actualidad. El comentario de la publicación solía ser algo del tipo: "Ayer hubo un atentado de ISIS en Kenia y no veo que nadie lo enlace en sus muros"

Claro, nadie lo enlazaba porque, entre otras cosas, esa noticia no era de actualidad, y las redes sociales se basan en la última hora. Sin embargo, esos contactos de Facebook que enlazaban esa noticia, cual portadores de la espada de luz de la sensibilidad universal, pretendían hacernos ver al resto de nosotros lo insensibles que éramos porque no nos acordábamos de Kenia en esos momentos tan duros para París, Bruselas u Orlando. ¿Acaso Kenia no era, no es, merecedora de nuestra atención y nuestros likes?

Pero es que, repito, la noticia de Kenia era de meses atrás. Sin embargo, a ellos no le importaba. Generalmente la compartían de alguien que lo enlazó previamente, cual "paciente cero" de la estupidez, que se contagiaba entre los que no se molestaban en corroborar un simple dato al ponerlo en su muro. Cada vez que lo compartían, era como si el trágico atentado tuviese lugar de nuevo. 147 + 147 + 147... ¿Tanto cuesta comprender que tenemos la responsabilidad de ser rigurosos con las cosas que compartimos en nuestro muro? Ahora que lo pienso, sería muy irónico que alguien compartiera esta entrada con afán tremendista y solo se quedara en el título. Hola, ¿estás ahí? ¡Gracias por tu share!

La segunda reflexión que me suscitaba cada una de las tres veces que alguien enlazaba la triste y condenable noticia de Kenia era lo de la jerarquía de los muertos. Lo de que algunos muertos valen más que otros. Verne intentó explicarlo con su corrección política, pero sucede que yo no soy Verne, y esta es mi visión del tema.

Nos afectan más los muertos que hay cerca de nosotros que aquellos que están en una tierra recóndita y que, todo sea dicho, los medios constantemente categorizan como "zonas jodidas": África, Asia, Sudamérica, etc. Si yo soy de Oviedo, me afectará más un accidente de autobús en Avilés que un accidente de avión en el océano Índico.

Ahora viene la parte más metafísica del tema. Nos afectan más los muertos cercanos que los lejanos porque inconscientemente buscamos un vínculo con las víctimas para hacer prevalecer nuestra vida. La identificación con un cadáver implica la superación de la muerte, una característica clave del instinto de supervivencia. ¿No habéis notado cuando un anciano o anciana comenta que tal o cual amigo suyo de infancia falleció recientemente, hay un leve matiz de victoria? Victoria sobre la muerte, que es lo único que le importa a la vida.

No me creo esa solidaridad que esgrime la gente que recupera una noticia antigua como si fuera de actualidad (esto ya dice mucho de su criterio) y que nos acusan de insensibles por no ponernos banderitas en nuestra imagen de perfil o firmar con un "Je suis". Es falsa, hipócrita e ignorante. Al fin y al cabo, esa gente hará lo mismo que hacemos los demás con nuestro "activismo de Facebook": dejar el móvil al rato y buscar algo en la nevera.

Por cierto, los autores del atentado de Kenia fueron Al Shabbaab, no ISIS. Y fueron 152, no 147 los fallecidos.

 

domingo, 6 de marzo de 2016

Balance 2015

Ya llevo varios años haciendo balance del año marcando los días buenos, malos y muy malos uno a uno. Lo hice en 2012, en 2013, en 2014 y ahora en 2015, eligiendo así los colores:

  • Rosa: para los días buenos (o los normales).
  • Marrón: para los días malos.
  • Gris: para los días muy malos, casi dramáticos.


¿Qué ven mis ojos? ¡Sí, ahí, a mitad de julio! ¡Dos días muy malos, por primera vez desde que hago este balance! Pues sí, un par de días dramáticos que me tocó vivir, en una experiencia que por poco trunca mis sueños. Afortunadamente, pude salir de aquella a base de trabajo, disciplina, paciencia y apoyo de mi familia y amigos. Si no lo hubiera conseguido, no sé si hubiera podido levantar cabeza.

Vayamos a las estadísticas:
  • De los 365 días del año, 65 han sido malos, 2 muy malos y 298 han sido buenos, es decir, ha habido un 18% de días malos y muy malos, una media de 5'58 días malos al mes.
  • El periodo más largo de días buenos ininterrumpidos fue del 12 al 5 de noviembre, es decir 25 días. Y de no ser por el día malo previo a la cuenta (11 de octubre), hubieran sido 39 días buenos seguidos. Hubiera sido un récord casi imbatible.
  • Los meses con más días malos han sido julio y agosto, con 10 días cada uno, un tercio del mes. Y julio, que tiene los dos días muy malos, lo que hacen que, oficialmente, el verano fuera una mierda.
  • Los días de la semana con más días malos han sido los domingos, con 12 días. Le sigue el viernes con 11 días y uno de los dos días pésimos. No se me dan bien los fines de semana.

Entonces, ¿cómo ha sido el año 2015?

Muy extremo: muy bueno y muy malo. Hay grandes periodos de días buenos y esos dos malditos días malos que dieron pie a un limbo de mierda que duró casi tres meses. ¿Que hay cosas peores en la vida que aquello? Claro que sí. Pero aquella experiencia me enseñó muchas cosas que espero que me ayuden a encarar los próximos días pésimos que vendrán. Porque vendrán, sin duda alguna. La vida nos da momentos, sueños y personas que poco a poco van desapareciendo conforme nos hacemos mayores.

Viendo mi 2015, y lo que llevamos de 2016, creo que la vida es como una apuesta que alguien hace para ver si eres capaz de resistir lo que se te viene encima. Cuanto más mayores nos hacemos, más nos adentramos todos en el bosque de las enfermedades, las complicaciones burocráticas, las responsabilidades inútiles y las pérdidas.

Pero siempre se puede tener esperanza. Yo también la tuve y acabé mi año casándome con la mujer que me ha querido y apoyado desde hace tanto tiempo, incluso cuando no estaba. A ella le debo poder estar escribiendo estas líneas aquí, ahora.