martes, 5 de marzo de 2013

Gente congelada

Haberme ido de Murcia ha tenido innumerables ventajas. Aquí en Madrid he vivido experiencias que muy probablemente nunca hubiera podido conocer en mi ciudad natal. Allí tenía mis amigos, y los dejé en un punto de sus vidas en que casi todos estaban penetrando en el mercado laboral y empezando a salir con sus parejas definitivas.

Cuando vuelvo allí, sucede que a veces me encuentro por la calle a alguno de ellos. En diez años, quien más, quien menos, todos han evolucionado hacia una vida adulta: sus hipotecas, sus parejas (ya cónyuges), sus hijos, sus trabajos... Siempre me sorprende ver cuánto han cambiado sus vidas.


Ahí me doy cuenta de que estos amigos estaban congelados en mi memoria. El tiempo ha pasado, y cuando he pensado en ellos durante estos años, lo he hecho en base a cómo eran cuando me fui. Uno conoce la vida de los demás interpolando dos o tres referencias, como cuando te duermes a mitad de una película y te despiertas justo antes del final y no tienes ni idea de cómo han llegado esos personajes ahí.

Soy consciente de que he elegido una vida de mucha incertidumbre, que a duras penas entra con calzador en la vida que aprendimos de pequeños. Sé que yo también estoy evolucionando, pero también mis amigos, al encontrarme por las calles de Murcia, me preguntan si sigo siendo aquel chico que vivía por y para el teatro. No, amigos, ya no soy aquel. ¿Sabéis quién soy? Soy, somos, gente congelada en la memoria de los otros, simplemente.