viernes, 12 de diciembre de 2014

Nacido (y asesinado) en Gaza

Llevo casi tres meses con varios enlaces abiertos en mi explorador, tratando de dar palabras a mi opinión sobre algo que no solo no termina sino que cada cierto tiempo se recrudece más y más: el genocidio en Gaza. Ya no parece ocupar titulares, pero me niego a que caiga en el olvido porque allí sigue muriendo gente.


Ya de entrada, podría haber utilizado eufemismos como "el conflicto", "el problema" o "la crisis". Pero no hay otra forma de llamarlo más que genocidio. Así sencillito es de explicar: Israel masacra a Gaza amparándose en el derecho a "defenderse". No faltan argumentos pro-genocidas que se remontan a miles de años, incluso recurriendo a un dios como agente inmobiliario.

Recuerdo un comentario que vi en Facebook:


Esta frase es un insulto a la propia inteligencia. Condensa la ignorancia, el fanatismo ciego y la justificación de una masacre sin sentido, olvidándose de lo básico: que asesinar civiles en masa es un crimen humanitario injustificable. Repito: Injustificable. Y ya pueden contarme larguísimos soliloquios justificándolo, como quien posee la verdad histórica absoluta, mientras tratan al resto de dummies, que nunca me convencerán de que asesinar impunemente hombres, mujeres y niños indefensos es necesario para lograr la paz.

De nada sirven mis esfuerzos por separar el judaísmo de los crímenes del ejército israelí. No, no odio a los judíos ni nada de eso, pero aun así, pese a que siempre hay que dejarlo claro, siempre habrá quien te acuse de ello. A los que justifican este genocidio es muy fácil identificarlos, porque las palabras "paz" y "terroristas" bailan en su boca. Van de tolerantes, desean abiertamente la paz para ambos pueblos pero en cuanto rascas un poco, se ponen a la defensiva, vuelve a despertar el monstruo genocida, el odio a Hamás y las justificaciones inverosímiles. Háblale de paz a un palestino al que le han matado a sus padres y a sus hermanos en un bombardeo.

Y claro, como están percibiendo el creciente rechazo internacional, incluso desde las propias víctimas judías del holocausto nazi, ahora están buscando una nueva y peligrosa justificación: todo lo musulmán, incluído Palestina, es el ejército islámico. Tiene sentido, ¿no? Occidente está aterrorizado por la propaganda de periodistas decapitados, ¿y qué hace Israel? Mostrarse como el necesario enclave de cordura en ese nido de víboras que es Oriente Medio. Lo pongo en cursivas para que se trate de entender la ironía, aunque desearía que no fueran necesarias a estas alturas del post.

El caso es hacernos odiar a Palestina: primero, porque les robaron (otra cursiva) los territorios asignados por Dios (otra más). Luego, se suponía que tenemos que odiarles porque eran Al-Qaeda. Que fijaos cómo dieron la vuelta al mundo las imágenes de palestinos quemando banderas americanas el 11-S. De eso sí que se aseguraron que lo viéramos (a diferencia de, por ejemplo, los vuelos de la CIA). Y ahora se supone que tenemos que odiarles porque ahí está el germen del ejército islámico, ¿no?


¿Pues sabéis qué? Que ya no cuela. No me creo nada de lo que veo en ciertos medios. La única realidad para mí es que en el bando palestino hay casi 2.200 muertos a día de hoy, y en el bando israelí, 77. Los que justifican el genocidio, tal vez para cumplir con el tradicional lavado de conciencia que de vez en cuando imponen las religiones, desean la paz, pero yo no deseo la paz. Tampoco deseo la guerra. Deseo justicia. Y frente a los crímenes contra la humanidad, esto implica unos pasos reconocidos por el Derecho Internacional Humanitario de las Naciones Unidas: el cese definitivo de los ataques, pedir perdón, el derecho de las víctimas a la restitución y comenzar un proceso de reconciliación.

La única explicación (que no justificación) de este genocidio es algo que me dijo un amigo colombiano hace meses: que la guerra es un negocio. ¿Y qué mejor negocio que invertir en armamento, usarlo contra la población civil, asignar la reconstrucción a empresas amigas y volver a empezar el ciclo? De paso, van ganando un poco de terreno y contentan así a los colonos a los que un día dieron una casa donde vivir en los terrenos conquistados y que, varias generaciones después, ya consideran esa su tierra. Así ha sido siempre.

Todo estos meses he querido escribir sobre esto, pero no fue hasta anoche que recibí el impulso necesario para hacerlo. Fue a raíz de asistir al preestreno de "Nacido en Gaza", un documental dirigido por Hernán Zin y con gente de renombre como Jon Sistiaga detrás, donde escuchamos la voz de varios niños que han sobrevivido (de aquella manera) a los bombardeos del ejército israelí del pasado verano. El documental es un homenaje a todas esas personas con nombres y apellidos que han muerto bajo las bombas de una guerra absurda que con toda seguridad hoy está volviendo a calentar motores.



(Fotos: Wikipedia)